En Madrid, el ‘hospital de juguete’ vive sus últimas Navidades
Antonio Martínez Rivas había aprendido de su padre a reparar juguetes, que luego le enviaban desde España y Europa. Con la desaparición programada del taller, por falta de compradores, desaparece toda una parte de la historia y el espíritu del juguete.
Con bata blanca y un destornillador por bisturí, Antonio Martínez Rivas examina un coche teledirigido en su “hospital de juguete” de Madrid, un taller singular que cerrará sus puertas tras medio siglo de reparaciones.
Con una mirada concentrada tras sus gafas, este apasionado “doctor” de 70 años, que se jubilará el 31 de diciembre, se afana en su mesa de operaciones a pocos días de la última Navidad en su taller.
“Ahora soy yo al que van a curar”, le dijo a un cliente este señor del bigote y la voz ronca, en alusión al tercer cáncer que estaba combatiendo.
Iluminada por neón pálido y rodeada de herramientas y repuestos, su mesa de operaciones forma la esquina de una verdadera cueva de Ali Baba, donde miles de coloridos juguetes se derraman desde los estantes hasta el techo.
Muñecos, juegos de mesa, peluches, caballos de madera enviados por clientes españoles pero también de Francia, Reino Unido, Portugal e incluso Uruguay: su taller es también una máquina del tiempo de principios del siglo pasado.
“Fuimos los únicos en dedicarnos (a la restauración) de cualquier tipo de juguete” en España, dice este madrileño, que aprendió un oficio de su padre “que no enseñamos en ninguna academia”.
“Espíritu del juguete”
Los clientes “que más vienen son adultos con nostalgia de lo que tuvieron de niños”, observa Antonio Martínez Rivas.
“Algunos me dicen no cambies, si pones relleno nuevo busca el mismo porque ese es el espíritu del juguetecuando “los demás le hablan a la muñeca”, observa, serio, antes de ser interrumpido por un cliente.
David Hinojal, de 40 años, vino por un mono de peluche que chilla cuando se lo presiona contra el estómago.
“Es un regalo que le traje a mi suegra”, de un viaje a México, “y al que le tenemos mucho cariño”, confiesa, con una sonrisa, esta empleada del sector turístico.
A veces, curiosos cruzan España para ver el estudio de Antonio, como Julia Fernández, que vino de Barcelona con su marido. “Nos enteramos de que el hospital de juguete iba a cerrar” y “me pareció muy interesante visitarlo”, explica.
“Es un arte y nos vamos con nostalgia” de su taller, se maravilla esta maestra de 60 años que vio en el taller un pequeño proyector de diapositivas y un caballito de papel maché parecido a los de su infancia. 🇧🇷
Reciclaje y videojuegos
“Es una pena que se cierre (…) porque es una forma de reciclar juguetes, de no consumir más”, dijo David Hinojal.
“Hay que valorar los juguetes” porque “si seguimos así nos aplastan los residuos”, añade Antonio Martínez Rivas, que pone fin, con este cierre, a una aventura familiar.
Su padre había abierto una pequeña fábrica de juguetes hechos a mano en 1945 antes de convertirse gradualmente en reparaciones ante la llegada masiva de juguetes de plástico en las décadas de 1950 y 1960, que no pudo producir.
“Cuando regresé de la universidad, alrededor de los 12-13 años, terminé mis deberes y me senté con (mi padre) en la mesa de trabajo, para aprender” una profesión compuesta por bricolaje, manualidades, relojería, mecánica o electricidad, le recuerda.
Antonio, que reemplazó a su padre en la década de 1970 y no tiene empleados, a su vez ha tenido que lidiar con la llegada de los videojuegos, lo que ha provocado un declive en el interés por los juguetes tradicionales. “Ahora todo el mundo tiene una tablet, un móvil o una consola”, lamenta.
Ninguno de los tres niños quería hacerse cargo del negocio y los pocos becarios que habían trabajado en la tienda entendieron “que no da resultado”, lamenta, en referencia a un magro salario de “8 a 10 euros a plazos”.
“Después de tantos años de trabajo, solo queda la emoción y la tristeza, porque hay muchos clientes que ya no son solo clientes, sino amigos”, dice cabizbajo.
En homenaje, los amigos, que lo ayudan voluntariamente, ponen un cartel detrás del mostrador: aquí “se vende (casi) todo” excepto “el chef”.
AFP
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