Cinco años después del referéndum y del callejón sin salida de la declaración de independencia, se consuma el divorcio entre la calle y los separatistas electos. Este domingo, lejos de las mareas humanas risueñas y festivas de antes del Covid, 150.000 personas enfadadas (según la policía municipal) marcharon en Barcelona, bajo un calor húmedo, para exigir la independencia y sobre todo para denunciar la inacción del Gobierno. Catalán. “El presidente Pere Aragonés no es ni republicano ni separatista. Le vendió el alma a Madrid. Es un traidor”, denuncia Corina, una joven jubilada. Ausente del acto, el jefe del Gobierno catalán es el blanco de todas las críticas. “El enemigo lo tenemos en casa. Es el caballo de Troya de Madrid”, lamenta Joan, su marido. Al aceptar el diálogo ofrecido por Madrid y al renunciar a una estrategia de ruptura en favor de una actitud más moderada, el líder alienó a la franja más decidida de la independencia.
“Los políticos catalanes nos dicen que quieren la independencia como nosotros” lamenta marzo, 53, “Pero cuando van a Madrid, hacen lo contrario. Nos defraudan. Estamos hartos”.
Si la determinación de los manifestantes está intacta, muchos ya no esconden una forma de desilusión. “Yo siempre protesté”, explica Joana María. “Pero ahora hay que estar lúcido, tengo 71 años y no creo que algún día vea la independencia”.
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