Hace 93 millones de años, las aguas del Golfo de México eran el hogar de una de las criaturas más extrañas, Aquilolamna milarcae, en la medida en que los científicos que descubrieron su fósil lo apodó “águila-tiburón”. De hecho, el tiburón águila tiene características morfológicas de las rayas y Tiburones, por lo que es una quimera perfecta entre estos dos animales que forman parte del mismo suborden de peces cartilaginosos, el Elasmobranquios.
Un tiburón con aletas pectorales gigantes.
La característica morfológica más notable del tiburón águila son sus aletas pectorales largas y anchas comparables a las de las rayas. El fósil descubierto tiene 1,70 metros de largo y casi dos metros de ancho. Pero el lomo del animal se parece más al de un tiburón de las profundidades, con una aleta caudal superior bien desarrollada. El tiburón águila no tiene aleta dorsal ni pélvica. Este último habría desaparecido gracias a las largas aletas pectorales.
Esta apariencia y su dentición, formada por pequeños abolladuras que no miden más de dos milímetros, sugieren que el tiburón águila era planctívoro. Como mantarrayas y algunos tiburones, se alimentaba de plancton. Tenía que estabilizarse en el agua gracias a sus “alas” para filtrar los organismos en suspensión, sus largas aletas le permitían moverse lentamente aunque esta función la realiza la aleta caudal.
Estas fantásticas criaturas desaparecieron durante la extinción del Cretácico-Paleógeno hace 66 millones de años, y luego fueron reemplazadas por otros peces planctívoros, como los tiburones ballena prehistóricos del género. Palaeorhinocodon.
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