Para dar algunos ejemplos: Nicolás Copérnico, el famoso astrónomo polaco, se basó en teorías matemáticas desarrolladas por primera vez en la Persia del siglo XIII. De la misma manera, charles darwin, el famoso pensador evolutivo británico, leyó y citó obras de historia natural traducidas del chino. Estos son solo dos ejemplos. En mi libro trato de reunir toda esta evidencia para mostrar que la ciencia moderna, sin ser necesariamente “universal”, es producto de intercambios culturales globales.
En su opinión, la noción de una “edad de oro” (árabe, persa, china, etc.) debe ser tratada con cautela. ¿Qué se esconde detrás de este concepto positivo a priori?
Siempre les digo a mis alumnos que si escuchan la frase “edad de oro” deben sospechar mucho. Una “edad de oro” suena bien sobre el papel, pero a menudo es una forma de decir que una civilización “con un pasado glorioso” ha entrado en decadencia desde entonces. Así es exactamente como surgió la idea en el caso de la “edad de oro del Islam”. Fue en el contexto de la colonización francesa y británica del Medio Oriente en el siglo XIX que los pensadores europeos comenzaron a hablar de la “edad de oro de las letras y las ciencias árabes”. La ciencia “occidental” se presentaba como moderna, mientras que la ciencia “oriental” se limitaba al pasado, al mundo antiguo.
Así que estoy de acuerdo en que hubo culturas científicas avanzadas en el mundo islámico antiguo y medieval, así como en China e India, entre otros. Es verdad. Mi problema con el término “edad de oro” es que implica que estas culturas científicas avanzadas desaparecieron repentinamente o declinaron rápidamente cuando Europa entró en la era moderna. Este no es el caso.
¿Es inútil tratar de derivar mérito nacional de los descubrimientos científicos?
Yo pienso que sí. En el siglo XXI, los estados nacionales aún desempeñan un papel importante en la orientación de la investigación científica.
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