Si a la hora de diseñar su Enciclopedia, Diderot o d’Alembert optaron por insertar numerosas láminas e ilustraciones que explican el funcionamiento de multitud de objetos técnicos, se debe a un principio que parece evidente: los objetos técnicos, haciéndose visibles y familiares, son implícitamente vectores de conocimiento científico; creen que cuanto más los encontramos en la vida diaria, mejor entendemos los principios científicos que los hicieron posibles. Los enciclopedistas no habían anticipado, por tanto, otra realidad que, con el tiempo, se impondría paulatinamente: cuanto más complejo es un objeto tecnológico, más tiende a simplificarse su uso. Así, casi ninguno de nosotros sabe cómo funciona un celular, lo que no impide que podamos utilizarlo sin tener que consultar ningún instructivo. Así, ciertos objetos técnicos, tanto familiares como extraordinariamente complejos, acaban enmascarando o marginando el conocimiento científico del que son, sin embargo, consecuencias. Este conocimiento es entonces percibido como prácticamente inútil -inútil en la práctica- y por lo tanto simplemente inútil. En tal contexto, ¿en qué puede consistir la divulgación de la ciencia?
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Escenario: la supermat/Wikimedia Commons
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