El primer largometraje del director español Chema García Ibarra juega hábilmente con los géneros pero nos deja un sabor amargo.
¿Qué son las teorías de la conspiración sino un intento de dar sentido al caos de nuestro tiempo? Esta es la pregunta muy contemporánea que plantea el primer largometraje del director español Chema García Ibarra. Trasladando la trágica historia de la desaparición de una niña a la crónica de un pequeño grupo de entusiastas de los ovnis que se reúnen regularmente para discutir todo tipo de avistamientos locales, El espíritu santo desdibuja voluntariamente la línea entre la crónica social, la comedia escalofriante y el cine de ciencia ficción.
Compuesto por un elenco de actores no profesionales capturados en un sedoso grano de 16 mm, en un principio hay algo atípico y peculiar en esta colisión de géneros. En un amplio abismo entre el naturalismo y la fantasía en sus primeros minutos, la película ejerce primero un innegable poder de seducción, antes de que la rigidez formal y sus iluminaciones artísticas eclipsen por completo la historia y sus personajes. A partir de entonces, la ficción de Ibarra se sumió en un callejón sin salida que encarna brillantemente el arquetipo del cine malvado (Lánthimos & cie), frecuentando habitualmente las salas de proyección de los festivales (aquí Locarno). En otras palabras, un objeto muy diligente, no desprovisto de virtuosismo, pero cuya conciencia de él termina por conducir a una lógica que se abstiene de toda generosidad o incluso calidez hacia sus personajes, mientras arrastra a la fuerza a su espectador hacia una lógica del agotamiento. Muy prometedor, el comentario social teñido de una escalofriante ironía sobre el encanto del ocultismo y las teorías de la conspiración también tropieza a fuerza de revolcarse en una mirada simplista que a veces raya en la condescendencia.
Espíritu Santo de Chema García Ibarra, en cines el 6 de julio de 2022.
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