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Cerca de la isla, la presencia excepcionalmente numerosa de cetáceos atrae a turistas y cuestiona a los investigadores que colocan balizas sobre los mamíferos, lo que permite analizar su migración hacia el Polo Sur.
Los fanáticos de Baleen están desconcertados. ¿Por qué, desde junio, decenas de ballenas jorobadas soplan incesantes géiseres a pocos metros de las playas del oeste de Reunión? ¿Por qué el horizonte está recortado en innumerables “V” en blanco y negro, esas aletas caudales que los suntuosos monstruos marinos de treinta toneladas y cincuenta y cinco metros levantan antes de zambullirse? El año pasado, solo trece ballenas fueron avistadas en la isla. Este año, los científicos esperan contar 300 cetáceos para octubre, al menos tantos como en 2017 y 2018. Un récord para el viendo la ballena, lugar para convertirse en una atracción turística, pero eso sigue siendo un enigma. “Esperamos entender el por qué de este servicio aleatorio, que plantea muchas hipótesis”, sonríe Violaine Dulau, directora de Globice, una ONG dedicada al conocimiento y conservación de las ballenas. El calentamiento global y el derretimiento del hielo en la Antártida, donde viven las ballenas jorobadas del hemisferio sur, pueden explicar la variación en las olas migratorias: Megaptera novaeangliae – nombre científico – suelen recorrer más de 6.000 km, entre junio y octubre, para llegar a las aguas tropicales de Reunión, Madagascar, Mayotte, pero también…
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