¿Necesitamos finalmente economistas? ¿Deberíamos darle algún crédito a esta comunidad internacional? En cualquier caso, una gran parte de la economía dominante ya ha sido bastante engañada.
En estos tiempos inciertos, conviene señalar el cabeceo que marca el distinguido mundo de los economistas y, más en general, el de la economía. Sobre la pandemia, por ejemplo, ya se ha dicho todo, muchas veces de forma muy aprendida… Pero, ¿estamos más adelantados? En un libro que acaba de publicarse, Robert Boyer sostiene esta fuerte pregunta: “¿una disciplina sin reflexividad puede ser ciencia?”. (publicado por la Sorbona, París, 2021, p. 139). Su hipótesis de trabajo es ésta: la crítica a cierto discurso mayoritario que quiere que hoy nos beneficiemos del mejor estado posible del conocimiento en un movimiento continuo de progreso a lo largo de los siglos. Para él, esta es una visión errónea. Explica que cada teoría económica reflexiona sobre el mundo a partir de abstracciones que no son generales, sino particulares: las del reflejo directo de las estructuras sociales de la época. Por otra parte, es la “hija de la historia”, aquella en la que se inscribe, un movimiento discontinuo del pensamiento, ubicado en el tiempo y el espacio.
Pero hay más Robert Boyer considera que la lectura de los trabajos de la corriente principal de la economía demuestra cómo las estrategias seguidas por los investigadores son globalmente parte de un fuerte conformismo, incluso más importante que en otras ciencias sociales (sociología, historia, etc.). ¿Qué es tal situación? Tiene una incertidumbre mucho mayor que en las ciencias naturales; también al hecho de que los procesos de trabajo son complejos y variables. Esto explica por qué los economistas preferirían estar equivocados, por así decirlo, con… la economía dominante en lugar de estar equivocados, o tener razón, ¡solos! Cuestión de gestión de carrera.
Pero a la inversa, en cuanto la realidad deja los cánones de la doxa de la época –es decir, el conjunto de opiniones recibidas sin discusión, como obvias–, los economistas que se adhieren a ella ya no tienen apoyo; están completamente perdidos de todos modos. Lo vimos hace unos buenos diez años, en el momento de la crisis financiera de 2007-2008, el llamado subprime con la aparición de burbujas financieras, que en su momento se consideraban imposibles. Nadie se lo esperaba, ni siquiera las grandes agencias de calificación internacionales… ¿Necesitamos finalmente economistas? ¿Deberíamos darle algún crédito a esta comunidad internacional? En cualquier caso, una gran parte de la economía dominante ya ha sido bastante engañada.
Esto se debe a que los economistas se han convertido en especialistas al servicio de los poderosos. De intelectual, el economista pasa a ser especialista; de especialista pasa a ser asesor de la empresa o de los centros de decisión y/o poder. Tanto es así que ya no sabemos si está allí para esclarecer la decisión o para servir a los intereses económicos de aquellos a quienes sirve, un cuestionamiento en algún lugar de su legitimidad.
En el último medio siglo, ¿cómo ha evolucionado la economía? De un individuo racional, con expectativas perfectas, en una economía siempre volviendo al equilibrio. Pero, ¿permite este enfoque una mejor comprensión de la economía? Nada es menos seguro. Es cierto que las herramientas utilizadas -matemáticas, modelos, estadísticas- son muy eficaces. Sin embargo, ¿permiten la construcción de un pensamiento esclarecedor sobre la economía? Es porque, en efecto, olvidamos que las teorías económicas y sociales siempre se sitúan localmente y en el tiempo; y los economistas tienen, por lo tanto, la impresión de que el mundo siempre ha funcionado como ellos lo conocen: minimizan o a menudo se olvidan de la historia económica de la que generalmente saben poco.
¿Demasiado incierto? El mundo económico ciertamente lo es. En las ciencias exactas logramos construir un consenso sobre las leyes de la naturaleza. Este no es el caso de la economía, donde los procesos de trabajo son más complejos en el tiempo o en el espacio; la incertidumbre es radical en cuanto a la correcta explicación de los fenómenos. De ahí un cierto mimetismo. Podemos, además, estimar que este mismo problema se encuentra en la sociología. Pero el paralelo termina ahí debido a la organización de la profesión de economista. Siguen el movimiento general; en realidad no quieren permanecer fieles a sus ideas, sino a las ideas dominantes; competir por puestos, estudios, premios, etc. Sus diagnósticos pueden ser volubles e inciertos: siguen siendo asertivos, incluso arrogantes.
Hace medio siglo, ¿quién requería experiencia económica? El Estado, en particular, necesitaba ser aclarado acerca de la definición de las políticas económicas generales. Hoy, la experiencia se ha desarrollado principalmente en los departamentos de investigación económica de los principales bancos y otras instituciones especializadas; sirve a intereses bien entendidos. Los activos explotaron y el economista se convirtió en un técnico, en un experto en tal o cual campo; se convierte en un experto que debe guiar las estrategias de los actores privados. La técnica aguda prevalece sobre la reflexión general. Cada uno hace lo mejor que puede en su área, sin preocuparse por la consistencia de la visión general. Además, ya no hay ningún incentivo para convertirse en un teórico económico y tratar de tener sentido a nivel mundial.
Dicho esto, ¿cómo se decide entre economistas? Los desacuerdos son importantes en este mundo, ya sea durante mucho tiempo tomando la forma de batallas teóricas entre grandes representaciones del mundo, o tomando en los últimos años una dimensión más empírica. El modelo matemático es cada vez más suplantado por estudios estadísticos que analizan las relaciones entre diferentes variables. Pero el resultado es casi el mismo. Donde los modelos y los contramodelos se contradecían, ahora hay estudios empíricos que conducen, sobre los mismos temas, a resultados muy diferentes, incluso opuestos.
¿El ejemplo de la reducción de impuestos que pagan las empresas incentiva la actividad económica? Las respuestas de expertos, economistas y otros no son unívocas: ni mucho menos. Dos autores realizaron así los llamados “Meta-análisis” (Sébastian Gechert y Philipp Heimberger “¿Do Corporate Tax Cuts Economic Growth?” El Instituto de Estudios Económicos Internacionales de Viena, Documento de trabajo, No. 201, junio de 2021). Revisaron 411 estimaciones de 42 estudios estadísticos. Llegaron a la conclusión de un sesgo a favor del resultado deseado por la teoría dominante. Tomaron en cuenta la heterogeneidad de los estudios, los cambios en los impuestos corporativos y encontraron que no tenían un efecto económico relevante o estadísticamente significativo sobre el crecimiento.
También destacaron un resultado que se destaca más claramente que los demás. Si un gobierno usa un aumento en los impuestos corporativos para reducir su déficit presupuestario, habrá un efecto negativo en la actividad. En cambio, si es para financiar un aumento de la inversión pública, entonces el efecto sobre el crecimiento es positivo. Y para concluir: “Los recortes de impuestos corporativos pueden haber estimulado la competencia fiscal internacional, pero no parecen haber sostenido significativamente el crecimiento económico”. Suficiente para demoler los cánones de la teoría económica liberal.
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